Hablando con otras personas me explicaron que ellas también tenían monstruos y que algunos eran muy malos. Me aconsejaron que lo mejor que podía hacer era dejarlo salir, que andara libremente por la casa y que incluso otras personas lo conocieran. Me daba mucho miedo que lo vieran. Dios mio!
Me armé de valor y al día siguiente abrí la puerta del armario. Me sentí liberada, esa es la verdad. Que otros lo conocieran que supieran de su existencia me libró de una pesada carga.
Ya libre, empecé a conocerlo mejor y me asusté bastante. Mucho. En cualquier momento me podía dar un zarpazo y ya no lo contaba. Cada día era una lucha. Cuando me rozaba, mi cuerpo caía en un cansancio atroz, sin ganar de hacer nada en incluso llegaba a tener confusión mental.
Se hablaba en prensa de nuevos antídotos, pero costaban tanto dinero..., tanto que nunca podrían llegar a mi. El monstruo se apoderaba cada día de un lugar diferente de mi casa. En unos de los últimos roces me hizo daño de verdad. Las pruebas así lo decían, no tenía ilusión. Sin pensar llegó una luz de esperanza. Me iban a dar el antídoto, eso que decían que te libraría para siempre del monstruo. Cuantas veces había soñado con ese momento. Ocho semanas, 1 pastilla diaria.
Parece ser que mi monstruo ya está buscando nuevo alojamiento pues el 17 de mayo del 2016 se le acaba el contrato de arrendamiento de mi piso.
Estoy cansada de cargar con él a todos sitios. Pesa mucho.
Un besote.